🕊️ Lo Que el Enemigo Tocó, Dios Lo Restaurará Siete Veces Más


Lo Que el Enemigo Tocó,
Dios Lo Restaurará Siete Veces Más

El miércoles 18 de junio robaron mi camioneta. Desde que la tengo, siempre la he estacionado frente a mi casa. Ese día, que era mi día libre, tenía planeado hacer varios mandados, cumplir con citas y avanzar en pendientes. Pero al salir a las 7:00 a.m., me di cuenta de que el auto ya no estaba.

Llamé a mis familiares por si alguien lo había tomado prestado, pero todos me confirmaron que no. Entonces, llamé a la policía para reportarlo como robado. Mientras llegaban los oficiales, le pregunté a mi vecino si había visto algo. Me dijo que sí: alrededor de las 5:30 a.m., cuando salió a alimentar a sus gatitos, vio un carro blanco estacionado frente a su casa y a dos hombres —que describió como hispanos— junto a mi camioneta.

Uno de ellos se acercó a él mientras el otro se subía a mi vehículo, lo encendía y se lo llevaba. El primero, aparentemente para distraer al vecino, le dijo que trabajaban limpiando patios. Incluso le dio dos números de teléfono y se asomó al patio de los vecinos de enfrente antes de irse. Cómo actuaron con tanta naturalidad —y sabiendo que yo llevaba meses limpiando mi patio—, mi vecino asumió que tenían permiso para estar ahí.

Cuando llegó el oficial, tomó mi reporte y el testimonio del vecino. Fue a hablar con otros vecinos que tienen cámaras de seguridad, pero curiosamente nadie escuchó ni vio nada, y ninguna cámara captó el robo. Incluso, en uno de los casos, el video justo de esa hora estaba dañado. El único testimonio con el que contábamos era el de mi vecino.

Mientras el oficial hacía su trabajo, yo llamé a mi pastora para orar juntas. Nos pusimos de acuerdo en oración, establecimos la paz de Dios, reprendimos la obra de Satanás y clamamos para que el auto regresara a manos de su dueña legal.

Mi hermana Perla me ayudó a compartir la noticia en redes sociales. Gracias a Dios, recibimos mucho apoyo de la comunidad y amigos. Aunque también aparecieron personas malintencionadas y estafadores que fingían tener información y pedían números telefónicos mientras hablábamos por Messenger.

Entregué fotografías del carro a la policía, levantaron el reporte oficial, confirmé que presentaría cargos y salieron a patrullar.

Mi sobrino Gohan también salió a buscar por su cuenta. Durante toda la mañana sentí una paz sobrenatural. Algunos familiares me preguntaban si realmente estaba bien. Yo respondía: “Estoy en paz. Sé que Dios traerá mi carro de vuelta”. No soy de las que caen en histeria en situaciones así. Me mantuve alabando a Dios y orando en lenguas.

Cerca de las 10:30, escuché la voz del Señor decirme: “Reclama tus derechos de diezmadora”. Me vino a la mente Malaquías 3:10–11, especialmente: “Pruébenme en esto” y “yo reprenderé al devorador”. Así que declaré con fe:

“¡Reclamo mis derechos de diezmadora! ¡Gracias, Padre, porque Tú reprendes al devorador! ¡Satanás, suelta lo que me pertenece en el nombre de Jesús! ¡Gracias porque mi carro regresa a mí!”

Y acto seguido, siendo guiada por el Espíritu, sentí en mi corazón dar en ese momento mi diezmo y ofrenda —los que pensaba dar en el servicio del jueves— como un punto de contacto de mi fe. Lo hice por mensaje de texto, obedeciendo y sellando mi declaración con acción.

Mi hermana Claudia me envió un verso que me sostuvo aún más:

Proverbios 6:30-31 (NVI):
“No se desprecia al ladrón que roba para mitigar su hambre; pero si lo atrapan, deberá devolver siete veces lo robado, aun cuando eso le cueste todas sus posesiones.”

Lo meditaba y lo declaraba en voz alta, alabando y dando gracias a Dios.

Alrededor de la 1:00 p.m., Perla y yo salimos de nuevo a patrullar por Bay Acres y Pueblo Nuevo. Al no encontrar nada, fui a la aduana mexicana para verificar si el auto había cruzado la frontera. El capitán de la Guardia Civil me atendió muy amablemente y estaba llamando a Ciudad de México para solicitar acceso a las cámaras.

En ese momento, Perla me llamó: ¡los hijos de la hermana Elizabeth habían visto mi carro abandonado en un camino de terracería cerca de su casa! Perla llamó a la policía y ellos lo recuperaron. Yo me dirigí a la comisaría para firmar papeles y recuperar las llaves, que habían quedado como evidencia.

El carro estaba en un baldío. Un mezquite lo había detenido de seguir bajando. Los oficiales procesaron la escena buscando huellas dactilares. Al revisar el auto, vimos que se habían robado hasta los tapetes y el colibrí que colgaba en el retrovisor. Rompieron las agarraderas de las puertas, cambiaron los rines y la parrilla original por otra distinta. El auto tenía rayones y abolladuras por los matorrales.

El hermano Rafael también fue clave en este momento. Llegó y ayudó a los oficiales a jalar y remolcar el vehículo para poder sacarlo del baldío. Su disposición y ayuda fueron una bendición más en medio de todo esto.

Pero volvió a su dueña.

¡Dios fue fiel! No lo desmantelaron ni lo destruyeron. Sí, lo alteraron, y aunque tenga que arreglar lo que dañaron, se que pudieron haberlo chocado o quemado, o llevarlo a México u otro estado, pero Dios lo preservó.

A las 3:00 p.m., la policía me escoltó de regreso a casa… ¡yo manejando mi carro!

Dios respondió.  Y mi testimonio hoy es este: el enemigo quiso tocar lo mío, pero no pudo retenerlo. ¡Todo vuelve y eres restaurado cuando Dios está de tu lado!


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