La humildad es una de esas características que la gente no suele mencionar especialmente en las entrevistas de trabajo ni en sus interacciones con otras personas en general. De hecho, hablar de nuestra propia humildad podría ser considerado como un acto de orgullo; algo del tipo: “Estoy orgulloso de lo humilde que soy” 

A los ojos de este mundo, aunque la humildad suele estar bien vista, puede ser considerada como una debilidad de carácter. Una persona triunfadora según los estándares de nuestra sociedad será más bien alguien dominante, con puntos de arrogancia y una gran seguridad en sí misma. 

Al mismo tiempo, en muchas ocasiones tenemos también un concepto de humildad que está distorsionado. Tendemos a pensar que las personas humildes son personas tímidas, quizá incluso inseguras, que tratan de huir de toda forma de reconocimiento o de aclamación, o que exageran sus propios errores y fallos para mostrarse ante los demás como pequeños e insignificantes. 

Jesús dijo a sus discípulos: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). ¡Hay tantas cosas que podemos aprender de Jesús! Podemos aprender de Él a vivir en la guía del Espíritu, a orar, a tener fe, a usar discernimiento… Sin embargo, Jesús solo enfatiza una vez en la Biblia la necesidad de aprender algo de Él, y es precisamente cuando habla acerca de la mansedumbre y de la humildad. ¡Esa humildad es tan necesaria para nuestra vida!

Jesús no era tímido ni inseguro. Él hablaba a las multitudes, hacía milagros impresionantes y era continuamente el centro de atención allí donde iba. Sin embargo, Él era a la vez perfectamente humilde. 

 Esa humildad perfecta es algo que se puede aprender, ¡tú también eres llamado a ser perfectamente humilde!


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