¿Cuál es el primer pensamiento que te viene a la mente cuando ves a una persona borracha, tirada en un parque? ¿Y cuando ves a una prostituta?

Los fariseos trajeron a Jesús a una mujer que había sido sorprendida con otro hombre, acusada de adulterio. Tenían ya las piedras listas para apedrearla, tal y como la ley del Antiguo Testamento ordenaba, y trataron de poner a prueba a Jesús, preguntándole cuál era Su posición en este asunto. 

Dice la Biblia que “Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella…” (Juan 8:6-7). Me encanta el hecho de que Jesús no contestase inmediatamente, sino que se tomó tiempo para seguir escribiendo y haciendo lo que tenía en su corazón. Él no se apresuró a actuar movido por la presión de los demás, ni se preocupó por dar una buena impresión. 

Nadie sabe lo que Jesús estaba escribiendo en el suelo, pero de alguna manera fue clave para que la respuesta que dio surtiera efecto. Y en el momento adecuado, es cuando Él contestó, quitando el enfoque de la mujer, y volviéndolo hacia los que querían juzgarla y condenarla. 

Sin duda, lo que hizo esta mujer estaba mal. Pero mientras los fariseos solo veían a una mujer indeseable que había roto la ley y que debía morir, Jesús veía a una hija preciosa que había perdido su camino, y que necesitaba ayuda. Y eso es a lo que somos llamados también nosotros. 


Como hijos de Dios somos llamados a ver más allá del pecado o de las apariencias: somos llamados a ver a las personas con los ojos de Dios.


Las personas necesitan que dejes las piedras de acusación y reproche a un lado, y que les recuerdes el valor que tienen, y aquello a lo que Dios las ha llamado a ser. Hónralas a pesar de sus fallos, bendicelas con tus palabras y con tus acciones, y verás la obra de Dios en sus vidas de una manera impresionante si plantas en su corazón la Palabra de Dios.

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